Los desposeídos de Ursula K. Le Guin
Por espacio de horas o días vivió en un vacío, una oquedad seca y mísera sin pasado ni futuro. Las paredes se alzaban tiesas a su alrededor. En el otro lado había silencio. [...] El tiempo no transcurría. No había tiempo. Él era el tiempo: sólo él. Era el río, la flecha, la piedra. Pero no avanzaba. La piedra lanzada sería suspendida en el punto medio. No había día ni noche. A veces el doctor apagaba la luz o la encendía. Había un reloj junto a la cama; la manecilla iba y venía sin sentido de una a otra de las 20 cifras de la esfera.
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