La montaña mágica de Thomas Mann
Hans Castorp iba solo, porque su calidad de árbitro no le permitía unirse a ninguno de los dos bandos. Andaba maquinalmente. Constituía para él una necesidad el asistir al encuentro. Era imposible mantenerse al margen y esperar el resultado en la cama, en primer lugar porque... - no desarrolló este primer punto - y en segundo lugar porque no se podía dejar que aquello siguiese su curso. |