El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Sus rodillas brillantes y obedientes, junto a las cuales me había caído tantas veces y que había besado tantas mañanas que a veces temía que se fueran a romper en mi boca como una cáscara de huevo caliente y entonces ella se escurriría cruda, hasta la última gota, a través de las heridas abiertas por mis labios.
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