C de cadáver de Sue Grafton
Rosie no habla con desconocidos. Y no mira a los ojos a nadie que no haya estado ya varias veces en el local, sobre todo si se trata de mujeres. Lila se deshacía en parpadeos, trémolos, manoteos. Henry cambió impresiones con ella y pidió por los dos. Siguió una discusión larga. Supuse que Lila había pedido algo que no encajaba en los presupuestos teóricos de Rosie sobre la alta cocina húngara. A lo mejor no quería pimientos o le apetecía algo asado en vez de frito. Lila parecía la típica mujer atormentada por mil tabúes alimentarios. Rosie sólo tenía uno. O te comías lo que te ponía delante, o te ibas a otra casa de comidas
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