Cuento de hadas de Stephen King
(...) se me ocurrió rezar. El impulso fue tan intenso que de hecho me asaltó como una compulsión. Me arrodillé junto a la cama, entrelacé las manos, cerré los ojos con fuerza y supliqué que mi padre dejara la bebida. —Si haces eso por mí, seas quien seas, haré algo por ti —dije—. Te lo prometo, y que me muera si no cumplo. Tú enséñame qué quieres que haga y lo haré. Lo juro. |