Christine de Stephen King
La parte de la amistad había terminado, había estado allí, caldeando la habitación y llenándola y ahora se había desvanecido simplemente, como la cosa delicada y efímera que era. Ahora estaban sólo danzando. Los alegres ojos de Arnie se habían vuelto opacos y —lo habría jurado— vigilantes.
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