Manual para damas cazafortunas de Sophie Irwin
Se fulminaron el uno al otro con la mirada, la más fría que nunca habían reflejado en presencia del otro. —¿Sabe? —dijo Kitty; las palabras le ardían en la lengua—, cuando nos conocimos, pensé que era usted orgulloso, terco, grosero y con un sentido de superioridad del tamaño de Inglaterra. Casi había empezado a creer que le había juzgado mal, pero ahora veo que debería haberme fiado de mi primer instinto. —El sentimiento —repuso él con frialdad— es mutuo. |