Dioses de jade y sombra de Silvia Moreno-García
Casiopea miró fijamente al hombre. —Estás ante el Supremo Señor de Xibalbá —dijo el desconocido. Su voz contenía el frío gélido de la noche—. He sido prisionero durante mucho tiempo, y tú eres responsable de mi libertad. Casiopea era incapaz de unir ni siquiera dos palabras. Aquella aparición acababa de decirle que era un Señor de Xibalbá. Un dios de la muerte en aquella habitación. Imposible, pero innegablemente cierto. Casiopea no se detuvo a plantearse su estado mental, a pensar que tal vez estaba alucinando.
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