La luz en los lugares ocultos de Sharon Cameron
Se vuelve a oír el susurro. —¡Abre la puerta! ¡Fusia! La Gestapo no me conoce por ese nombre. Corro hacia la puerta con los brazos extendidos, con los dedos ya buscando la cerradura que reparamos hace poco. Sé que no es él. No puede ser él. Pero igualmente busco la cerradura a tientas, giro el pestillo y abro la puerta de par en par. Helena suelta un grito ahogado. O tal vez soy yo la que grita. Porque la bombilla desnuda que cuelga en el pasillo me está mostrado que no es él. No es para nada quien yo pensaba que sería. —¡Max! —susurro. |