Nieve en abril de Rosamunde Pilcher
Aquella misma mañana, Caroline, tendida en un lecho de brezos, sintió el calor del sol envolviéndole el cuerpo cual una capa mientras se cubría los ojos con un brazo para protegerlos de la cegadora luz. Al quedar deslumbrada, sus restantes sentidos se agudizaron. Oía el canto de los zarapitos, el distante graznido de un cuervo, el rumor del agua y el tímido suspiro de una misteriosa brisa casi imperceptible. Aspiraba la pura suavidad de la nieve, del agua clara, de la tierra mojada y de la oscura turba
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