Aprendiz de asesino de Robin Hobb
Se abatió sobre mí la soledad, la mortífera melancolía de saber que ella nunca había sido ni sería más conciente de mí de lo que era de Herrero en ese momento. De modo que acepté sus lacónicas palabras como acepta un ave un puñado de migas de pan duro y me propuse respetar la cortina de silencio que había corrido entre nosotros.
|