Archipiélago de Roberto Echavarren
Uno gasta tanto tiempo afanándose, sobrado de energía, ocupándose de asuntos que conciernen a tres o cuatro personas que compiten en una oficina. Y el tiempo no vuelve. ¿No sería mejor tomar aliento, bajar la mirada y llevarla al caballete de la nariz? Y ver desplegarse más allá las tierras y el cielo donde se exaltan líneas de nubes traspasadas por un haz de luz, un haz poderoso proyectado a gran distancia que atraviesa el día y la noche. Estas tierras aéreas están hechas de rectas que se curvan en infinito. En el juego de luz nos proyectamos.
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