Qué verde era mi valle de Richard Llewellyn
Aunque, al fin y al cabo, ni la felicidad ni el respeto valen nada, pues, si no son efecto de las causas más puras, son simples falacias. El hombre que triunfa goza del respeto del mundo sea cual fuere el estado de su alma o la manera de conseguirlo. ¿Para qué sirve, pues, ese respeto, y hasta qué punto se considera feliz el triunfante cuando se contempla a sí mismo? Y si es lo que se entiende por feliz, ese estado de felicidad es de categoría inferior a la satisfacción del más vil animal.
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