Cardumen de Rexina Vega
Callar, no significarse. Y siente, a pesar del mundo recorrido, a pesar del uniforme y la pistola, que nunca dejará de ser un campesino, un peón que ara en el surco que le asignan.
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Cardumen de Rexina Vega
Callar, no significarse. Y siente, a pesar del mundo recorrido, a pesar del uniforme y la pistola, que nunca dejará de ser un campesino, un peón que ara en el surco que le asignan.
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Cardumen de Rexina Vega
Pasé toda mi infancia temiendo la ley inexorable de la biología, sintiendo, horrorizada, el quejido de las ramas, los ruidos que anunciaban la inevitable secura de la savia en el árbol viejo.
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Cardumen de Rexina Vega
Allí estaban, caminando hacia el desgarro que nunca cicatriza, empezando ya a difuminarse, a convertirse en ausencias, virando al sepia de las fotografías que a partir de aquel momento volverían en su lugar añadidas a las delgadas cartas anuales. Estaban dejando en esta orilla a sus sombras, sus fantasmas, perdiendo el equilibrio de la raíz.
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Cardumen de Rexina Vega
Poco a poco, bajo la meliflua coartada del amor a la lengua, estos hombres feos y casi pobres van haciendo prender la simiente del desorden, la bestia negra del separatismo, el horror del caos, las palabras siempre engarzadas como cerezas... Estos hombres feos, pobres, tristes se amarran y chupan la sangre de una patria débil, sin fuerzas para sacudirse los bichos. Hay que arrancar de golpe las sanguijuelas, impedir que continúen creciendo sus asquerosos cuerpos de gusano. Es necesario superar la repugnancia que producen estos pequeños animales viscosos e hinchados, prenderlos entre los dedos firmes y aplastarlos hasta que expulsen la última gota de sangre robada.
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Cardumen de Rexina Vega
Comer, defecar, dormir, suspirar... Lo miro con un inmenso respeto; esta ballena varada es mi territorio y ahí está, dejándose ir por puro cansancio. ¿Cuándo se deja de ser joven para morir? A los setenta y cinco, a los ochenta...; sí, puede que a esa edad a uno le resulte difícil ya asumir que aún respira.
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Cardumen de Rexina Vega
La madurez es un fruto triste, pero lleno de matices y de verdad; un fruto agridulce, pero pleno. Y, sin embargo, puede que este fruto singular también se pudra, que le llegue la acidez y que, a pesar de todo, uno tenga que seguir viviendo así, con el corazón oliéndole a manzana pasada.
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_________Cerditos