Una razón para vivir de Rebecca Donovan
─Estabas inmóvil y tan pálida... ─continuó. Sus ojos azul acerado se encontraron con los míos y susurró─: Yo te ayudé a respirar. ─¿Tú? ─La conmoción que me produjo esa confesión me consumió. ─Cada vez que te insuflaba aire en los pulmones rezaba para que respiraras. Supliqué y supliqué. Y entonces... De pronto, respiraste. |