Rebecca Donovan

─No puedes rendirte. Porque su lo haces, harás que me rinda yo tambié,- Y no puedes hacernos eso.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y se dejó caer sobre mí.
─No puedo. ─Se le quebró la voz─. No puedo seguir luchando.
─Pues yo lo haré por ti ─rugí. Se me cerró la garganta─. Deja que te quiera. Deja que te quiera lo suficiente por los dos, hasta que seas capaz de aceptar que lo mereces. Porque sí que lo mereces Emma. No sé cómo convencerte, pero me pasaré lo que me queda de vida intentándolo. No puedes dejar de luchar por mí ahora. No te dejaré.

─No eres Sara ─dije con un suspiro.
─No quiero ser Sara ─respondió confundido─, sigo sin entenderlo.
─No sé cómo aceptarte en mi mundo sin hacerte daño a ti también. ─La sinceridad de mis palabras revelaban mucho más de lo que él llegaría a saber.
─No te preocupes por mí ─ respondió con calma─, me gusta formar parte de tu mundo y entiendo que es más complicado de lo que estás dispuesta a compartir conmigo y lo respetaré... Por ahora.

─Estabas inmóvil y tan pálida... ─continuó. Sus ojos azul acerado se encontraron con los míos y susurró─: Yo te ayudé a respirar.
─¿Tú? ─La conmoción que me produjo esa confesión me consumió.
─Cada vez que te insuflaba aire en los pulmones rezaba para que respiraras. Supliqué y supliqué. Y entonces... De pronto, respiraste.

Su malicia amenazaba con acabar con la cordura que me quedaba y yo gemí de dolor al darme cuenta de lo cerca que había estado de destrozarme. ¿Tenía la fuerza necesaria para impedir que me arruinara la vida? Seiscientos nueve días me parecieron, de repente, cadena perpetua. ¿Me reconocería a mí misma cuando por fin fuera libre?

Estábamos enfrascados en una danza compleja que consistía en tocarnos sin tocarnos, en saber sin decir nada y en sentir sin expresar. Éramos amigos que caminábamos por una frontera muy difusa y yo estaba demasiado inmersa en su existencia para darme cuenta de lo cerca que estaba esa frontera de desmoronarse a mis pies.

─¿Crees que te voy a hacer daño? ─preguntó con un tono de voz suave y tranquilo.
─No, pero puede que yo a ti sí ─respondí─. Estoy rota por dentro. Tanto que no puedo... salir contigo. No puedo exponerme. No puedo acercarme y...
─Emma ─me interrumpió─, no pasa nada.

─Tú eres... como el ajedrez rápido. No sabe qué vas a hacer. Da igual que planee su siguiente movimiento, puede que tenga que cambiarlo en el último momento. Actúas de forma inesperada. Eres un reto para él, y eso es, sin duda, uno de los motivos por los que le atraes.

Mi vida siempre se había caracterizado por el desequilibrio. Experimenté el amor y la pérdida. La pérdida me hizo ser guerte, pero era el amor el que me servía de apoyo cuando tenía momentos de debilidad. Era una superviviente. Y ahora quería centrarme en vivir mi vida.

─Hola, Sara ─respondí─. ¿Puedo ayudar en algo?
Suspiró de nuevo.
─No, estamos bien. Pero, Evan, tienes que saber que... ha cambiado ─murmuró antes de desaparecer entre la multitud.

Él me devolvió el abrazo con delicadeza, con cuidado de no usar demasiada fuerza.
─No te rindas, Emma, vive ─susurró─. Eres mucho más fuerte de lo que crees.