A ciegas de Ray Bradbury
Así de oscura era la noche. Claro que si uno espiaba a través de una que otra persiana, quizás habría divisado apenas un puntito de luz roja, algún hombre alimentando su insomnio con nicotina sentado en una lenta mecedora en la penumbra de la habitación. Tal vez hasta se oyera una tos apagada o el roce de las sábanas de alguien que se volvía entre sueños. Pero en la calle no había siquiera un cansino policía de ronda con su bastón señalando el suelo.
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