Días de septiembre de Raul Manriquez
Armaba su discurso en el momento e, intuyendo el ánimo de la gente, subía o bajaba el tono, endurecía las frases o suavizaba su postura. Conforme respondía, iba dominando el escenario. Ejemplar discípulo de Demóstenes, entendía que el arte de la oratoria es eso: convencer. No importa si se tiene la razón o se dice la verdad; ser convincente, es lo único que interesa, conseguir que al que escucha le nazca, sin que sepa por qué, la voluntad de aceptar lo que se le dice sin reservas.
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