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ISBN : 6077693030
Editorial: Ficticia (14/04/2009)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
Como en las tragedias griegas, en Días de septiembre pareciera que dioses caprichosos imponen a los hombres un destino. Sin embargo, en un mundo en el que los dioses son los ideales, vicios, lealtades y felonías de quienes imparten la educación en México, el destino se convierte en una montaña rusa en la que los personajes se adentran -para bien o para mal- en lo más profundo de su condición de simples mortales. Cón una prosa concisa, puntual, sin efectismos, Raúl M... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
joseluispoetry
 29 November 2019
DÍAS DE SEPTIEMBRE.
ANTE TODO, ESCRIBIR.
Sin su obra, la vida de un escritor es común y desordenada. Pero la vida
no importa. La tarea de escribir exige tanto carácter, esfuerzo, y energía
emocional, que la vida del autor queda relegada a un segundo plano. Un
escritor jamás va a organizar su vida de manera brillante porque no es allí
donde respira. Escritor es aquel que se siente más feliz cuando está solo.
Martin Amis.
Traducir el mundo a un lenguaje particular, propio, intrínseco, es la función del arte, y en este caso, de la literatura. A su vez, esta experiencia de traducir al mundo, de ponerlo al descubierto, se transforma en un acto simbólico, fundado en una consciencia peculiar que dimana del lenguaje. Así, la segunda novela de Raúl Manríquez, ganadora del Premio Nacional de Novela “Justo Sierra O'Reilly 2007”, de Mérida Yucatán, se convierte en una trama de relaciones significativas merced a la magia de las palabras. Habrá que suponer cómo nuestro amigo narrador golpea, día tras día, hora tras hora, contra el muro de las maravillas llamado lenguaje y consigue hacer de éste un esplendoroso mosaico de lo múltiple bajo la figura de la unidad que es la novela. Raúl Manríquez sabe que con esos veintiocho signos o menos que posee nuestro castellano, puede hablarnos extraordinariamente bien de lo que él quiera; o como ya lo hemos consignado en el epígrafe de Martin Amis de esta entrada en materia: escritor es aquel que se siente más feliz cuando está solo, en esa casa azul, aparentemente deshabitada, como se le definía en el recibo de cobro de energía eléctrica mes tras mes, a esa casa azul aparentemente deshabitada, en la cual vivía en sus años de papá soltero, ubicada en la Avenida de los Vientos; solo, no por un mero afán masoquista o culpígeno, en lo absoluto, sino porque Raúl Manríquez posee ese dato sensible que le ha permitido vislumbrar una verdad que por evidente salta sobre su propio eje: que lo que puede hacer un escritor en la soledad de su habitación es algo que ninguna fuerza externa podrá destruir tan fácilmente.
A diferencia de la vida a tientas, de la prestigiada Plaza y Janés, que está narrada desde varias perspectivas y voces, Días de septiembre, de la no menos prestigiada Editorial Ficticia, nos presenta a un solo narrador, protagonista, que a veces funge como narrador testigo, mismo que, en primera persona, de manera casi lineal, nos va deshilachando una serie de sucesos que abarcan años, décadas, mediante un lenguaje preciso y verosímil. Dicho narrador protagonista nos contará de sus miedos, de sus estados de ánimo y, en ocasiones no se hará responsable en lo absoluto de las omisiones que habrán de aparecer en la narración.
Otra de las técnicas narrativas a la que, inteligentemente, recurre Raúl Manríquez es el flash back o retroceso, el cual ejecuta muy bien condimentado con el uso de la temporalidad por evocación para, así, interrumpir precisamente y a propósito, con la narración cronológica lineal, para no fatigar nunca al lector.
En Días de septiembre, y a manera de confesión, una voz posmoderna, semejante, paralela a la del grumete Ismael, quien aparece en Moby Dick, de Hermann Melville, protagonista que también funge como narrador testigo y tiene sobre sí la honda huella del catolicismo, se confiesa ante nosotros los lectores, porque desea saldar cuentas consigo mismo y entender cómo es que el aciago destino se ha ido entretejiendo hasta en las cosas aparentemente más nimias, otorgándole a su vida una clase de hondura fatalista; nuestro personaje de Días de septiembre, nos cuenta cómo cada uno de sus sueños de transformar su mundo, como maestro que es, y sus ganas de predicar el conocimiento, sintiendo sobre sí, la carga de un moderno San Francisco de Asís, van encaminadas al fracaso.
Mediante una secuencia perfectamente engarzada, con un impulso narrativo de muy alta facturación, Raúl Manríquez, en Días de septiembre, nos otorga el reflejo de una realidad actual: la de ese mundo sórdido y corrupto del ámbito magisterial en el caso especial, México, en el caso particular, Chihuahua, convirtiendo en denuncia lo que empezó y sigue siendo para el autor un mero divertimento, una pasión y a la vez una dependencia altamente gozosa que se resume en el acto escritural. La trama descubre un mundo sórdido, de una corrupción ejercida desde el ámbito del magisterio nacional y estatal, en la que se ventila el asesinato de la maestra Sonia Madrid, encarnada en ese personaje llamado en la novela Sandra París. de hecho, una pequeña errata de la página 61, escapada de las escrutadoras miradas del autor del libro y del editor, ponen en evidencia el nombre de Sonia y no de Sandra, como debiera. Peccata minuta.
Gracias al simbolismo lingüístico, la verdad se eleva sobre todas las cosas, emerge y desciende, luminosa. La verdad, por sí sola, reúne a las otras dos cualidades: la bondad y la belleza. Una obra es verdadera porque incomoda, y es buena porque descubre tras de su lectura su alta calidad telúrica. Nos mueve el tapete de la consciencia; nos hace sentir que ya no estamos seguros en nuestro mundo, lleno de comodidades pero vacío de sentido, de significado. Lo bueno y lo verdadero no puede ir enfundado en una estructura deficiente. La verdad también llega a resolverse, como en este caso, en la forma.
Sin embargo, la prosa de Raúl Manríquez presenta dos debilidades: la primera de ellas, y la más grave, tiene que ver con uno de los elementos básicos de toda novelística: el diálogo entre los personajes. Curiosamente, los diálogos en las novelas de Raúl Manríquez suelen ser inexistentes. Tal vez por ello, al leerlas, se tiene la sensación de que el discurso sólo pertenece al narrador omnisciente, léase escritor, y no a los personajes. Heredero de la tradición de don José Fuentes Mares (un historiador chihuahuense metido de pronto a novelista, dueño de un fraseo intenso, aunque también carente de diálogos), Raúl Manríquez aún no se atreve a desligar de sí y del todo a sus personajes; aún no se atreve a soltar los hilos que los atan a su cálamo. Teme que se le caigan de las manos como marionetas sin vida, es cierto, ése sería el alto riesgo que tendría que correr el novelista. Prefiere no hacerlo, pero con ello también se libra de alcanzar esa clase de dicha que es la consecución de un mayor nivel de intensidad y un efecto final más contundente; y a los lectores nos evita el hecho de que estemos más cerca de cada uno de sus personajes; sólo se nos permite que sigamos viéndolos de lejos, como a través de una fría, enorme y límpida vitrina.
La otra debilidad, si así se quiere ver, es que le atrae la idea de que sus amigos irrumpan en la trama de sus historias. Eso nos habla de un autor con muy poca imaginación, que tiene que echar mano de las biografías y confidencias de sus amigos y conocidos para armar sus piezas narrativas. Desde sus primeros cuentos y relatos, escritos en revistas y cuadernillos que se han ido convirtiendo en la delicia de muchos lectores en nuestro Estado, la mayoría de ellos estudiantes de secundaria y de preparatoria, y ahora en sus dos novelas publicadas, Raúl Manríquez ha ido inscribiendo los nombres de Polo Zapata, Héctor Ramos Zepeda, Miguel Espino, José Luis Domínguez, Marcelino Ruiz Acosta y Gloria Ríos, entre otros.
Dentro de la tradición y la narrativa escrita por autores del norte de México, Raúl Manríquez no es el único en utilizar esta clase de recursos. Willibaldo Delgadillo, por ejemplo, cita a sus “compas” de Juárez en La virgen del barrio árabe; David Toscana, en Estación Tula, se cita a sí mismo como personaje y, por si fuera poco, desacraliza su propia literatura poniendo en tela de juicio una de sus novelas a través de uno de los personajes de El último lector.
En este punto, cabe mencionar que Raúl Manríquez se ha convertido en un habilidoso catalizador de la realidad que lo circunda y es capaz de trastocarla, de sublimarla, de arrastrarla hasta complementar con ella los pérfidos mundos que brotan como por un conjuro de su magín, con bastante provecho en su labor de encantador de lectores. Siendo autor de corte realista, no hay detalle, gesto, conversación o suceso que escape a su mirada intensa y profunda, ni a su oído sabiamente entrenado desde las coplas de su felicísima infancia. Raúl Manríquez cuenta, así, con las dos clases de memorias que se les otorgan como una gracia a los poetas: la memoria visual y la memoria auditiva. Sabe discernir muy bien por donde nada el pez y por donde nada nada, ya sea en mar o en río o en lago de aguas profundas en ese exigente universo que es el logos. Como buen gambusino sabe determinar muy bien el provechoso rumbo de la veta hacia el interior de su propia mina narrativa. Figura de perfección constante en esa manera de escribir que tiene Raúl Manríquez. Una prosa es la suya, llena de ritmo, limpia, eufónica, impecable. Su estructura casi alcanza la misma efectividad, cohesión, adherencia y fuerza, similares a la estructura interna que posee el átomo.
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Citas y frases (7) Ver más Añadir cita
joseluispoetryjoseluispoetry08 December 2019
La melancolía es, según el diccionario, una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada. ¿Y qué es lo que la causa la melancolía? El centeno, dice Rakosi en un poema. Quizá, pero también el hecho de sentir que las cosas de la vida se alejan cuando uno ha renunciado a perseguirlas. No creo que haya melancolía en la derrota definitiva, más bien marcada por la amargura o el dolor. La melancolía implica la posibilidad de regresar cuando no se tiene el ánimo para intentarlo.
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joseluispoetryjoseluispoetry08 December 2019
Armaba su discurso en el momento e, intuyendo el ánimo de la gente, subía o bajaba el tono, endurecía las frases o suavizaba su postura. Conforme respondía, iba dominando el escenario. Ejemplar discípulo de Demóstenes, entendía que el arte de la oratoria es eso: convencer. No importa si se tiene la razón o se dice la verdad; ser convincente, es lo único que interesa, conseguir que al que escucha le nazca, sin que sepa por qué, la voluntad de aceptar lo que se le dice sin reservas.
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joseluispoetryjoseluispoetry04 December 2019
Me aventuro a escribir esta historia, dejándome llevar por el vaivén de los recuerdos, acabalando a veces con la imaginación lo que no se sabe con certeza; sin pretender en ello nada más que saldar cuentas pendientes conmigo mismo y entender cómo el destino se entreteje en las cosas sencillas de la vida.
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joseluispoetryjoseluispoetry04 December 2019
Quizá sea cierto que el poder es una forma de felicidad. No por nada muchos hombres se trastocan cuando lo tienen, así sea en ínfimos niveles desde los que pueden, aunque sea mínimamente, incidir sobre la vida de otros.
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joseluispoetryjoseluispoetry04 December 2019
Una ácida culpa le venía de pronto y, como si esgrimiera un flagelo contra sí mismo, repetía su nombre en el vacío de la madrugada.
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