El aviso de los cuervos de Raquel Villaamil
—Hola —dije, pero nadie respondió. Di un paso más. A mi derecha, a través de un ventanal, se veía la luna en cuarto creciente y varias estrellas entre los huecos que les dejaban las nubes. Había un árbol viejo y retorcido pegado a la ventana de tronco grueso y carente de hojas. Entonces llegó volando un pájaro grande, negro, desde la oscuridad de la noche. Sus ojos se quedaron fijos en los míos. Era un cuervo. |