Pedro Lemebel
A las siete y media una hediondez a caca flotó en la atmósfera del cine, mezclada con semen, desodorante y perfume de varón. El ácido fermento lo hizo pararse de la butaca y caminar rápidamente hacia la salida. Maricones cochinos, pensó, no se lavan el poto antes de venir a culear en la fila del fondo. Pero más que eso, más que la borra fétida del sexo malandra, algún presentimiento la tenía intranquila al ver esa película tan violenta. ¿No me vai a pagar?, la interceptó el muchacho que venía tras de ella. Chis, lo único que faltaba. ¿Cobrái por la tocá? Unas monedas que sean, le dijo el chico con ojos lastimeros. Creís que soy güevona, ni siquiera me lo mostraste. Te lo muestro ahora. No se moleste, lindo, porque ahora me voy, contestó la loca pasándole unas monedas de a peso al cafiche, que las agarró murmurando: Maricón cagao, mientras entraba a la sala nuevamente.
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