Tengo miedo torero de Pedro Lemebel
¿Por qué era tan educado con ella si sabía que le diría que sí? ¿Para qué acentuaba esa cortesía de viejo antiguo? Como si la viera tan mayor, con tanto respeto y respeto y puro respeto. Cuando ella lo único que quería era que él le faltara el famoso respeto. Que se le tirara encima aplastándola con su tufo de macho en celo. Que le arrancara la ropa a tirones, desnudándola, dejándola en cueros como una virgen vejada. Porque ese era el único respeto que ella había conocido en su vida, el único aletazo paterno que le desrajó en hemorragia su culito de niño mariflor. Y con esa costra de respeto había aprendido a vivir, como quien convive con una garra, entibiándola, domesticando su fiereza, amasando la uña de la agresión, acostumbrándose a su roce violento, aprendiendo a gozar su rasguño sexual como única forma de afecto.
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