Sunset Park de Paul Auster
Y una vez aceptado el hecho de su muerte, lo que más le asustaba es que sentía alivio, o al menos que se sintió en parte aliviado, y se odia a sí mismo por ser lo bastante insensible para reconocerlo, pero sabe que tiene suerte por haberse librado de la amargura de verla pasar por una larga vejez. Dejó el mundo en el momento justo. No padeció un sufrimiento prolongado, no cayó en la decrepitud ni la senilidad, no tuvo caderas rotas ni pañales de adulto, ni lanzó al espacio miradas vacías. Una luz que se enciende, que se apaga. La echa de menos, pero puede vivir con el hecho de que está muerta.
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