El nombre del viento de Patrick Rothfuss
—¿Has participado en muchas peleas con navaja? —bromeé. —No en tantas como tú crees —repuso ella con una sonrisa pícara—. Es otra página de ese gastado libro que a los hombres tanto os gusta consultar para cortejarnos. —Puso los ojos en blanco, exasperada—. No sabes la cantidad de hombres que han intentado robarme la virtud enseñándome a defenderla. —Nunca he visto que llevaras un puñal —comenté—. ¿Cómo es eso? —¿Para qué voy a llevar un puñal? —replicó ella—. Soy una dulce y delicada flor, ¿no? Una mujer que se pasea exhibiendo un puñal solo busca problemas. —Metió la mano en un bolsillo y sacó un largo y delgado trozo de metal con uno de los bordes reluciente—. Sin embargo, una mujer que esconde un puñal está preparada por si surgen problemas. En general, es más cómodo aparentar que eres inofensiva. Menos problemático. Lo único que impidió que me quedara perplejo fue la naturalidad con que lo dijo. Su puñal no era mucho más grande que mi navaja. Era de una sola pieza, recto, con empuñadura de piel fina. Era evidente que no era ningún utensilio de cocina, ni una navaja de supervivencia. Me recordó, más bien, a los afilados cuchillos quirúrgicos de la Clínica. —¿Cómo haces para llevar eso en el bolsillo sin cortarte en trocitos? Denna se puso de lado para enseñármelo. —El bolsillo tiene un corte por dentro. Llevo el puñal atado a la pierna. Por eso es tan plano. Para que no se note que lo llevo bajo la ropa. —Lo asió por la empuñadura y lo sostuvo ante mí para que lo viera—. Así. Tienes que poner el pulgar en la parte plana. —¿Pretendes robarme la virtud enseñándome a defenderla? —pregunté. —Como si tú tuvieras virtud —dijo ella riendo—. Lo que intento es que no te cortes con esas manos tan bonitas que tienes la próxima vez que salves a una chica de una cerda. |