Me acerqué a este libro con pocas expectativas y mucho interés. No tengo pruebas pero tampoco dudas de que no hay mejor manera de hacerlo para dejar que te sorprenda, te enseñe y te entretenga al desnudo, con lo que es, tal y como lo concibió su autor, al que, por cierto no conocía. El interés venía propiciado por la ubicación de la historia, esa Extremadura que no es la mía pero al mismo tiempo sí lo es, emplazada en la otra punta de esta comunidad autónoma tan olvidada y que tanto me duele. Allí las cosas no son muy distintas a como lo son en el norte, a como han sido a lo largo de un siglo XX que nos parece más lejano de lo que es. En estas páginas encontramos las memorias ficcionadas de quienes habitaban ese lugar ficticio tan real que es La Heredad. Vamos viendo a través de sus recuerdos, con sus cargas de subjetividad, cómo las décadas se iban sucediendo y las cosas cambiaban, "pero no mucho", porque los ricos siguieron siendo ricos y las tierras nunca han sido de quienes las trabajan. No creo que sea casualidad que terminara de leerlo un 25 de marzo. Aplaudo la capacidad del autor para dotar de personalidad propia a los personajes. Si algo me ha faltado es más presencia femenina con identidad, pues, pesar de que se les concede espacio, este no está sino dedicado a su papel de madres y esposas y no logro discernir si esto es o no intencionado. Lo mismo en cuanto al retrato del barbarismo y el primitivismo, especialmente al comienzo de la obra, no sé si es o no intencionado, no sé si se sigue o no esa corriente, que tanto daño nos ha hecho, de caracterizar la ruralidad por su brutalidad y su incivilización. Prefiero interpretarlo como un grito de queja irónica. Es para mí este el sentido de esta obra, una queja, una llamada de atención, sobre una región nunca tenida en cuenta. + Leer más |