Tres tonos de azul de Nicolás Díez
Me iba por sus ojos, que chisporreteaban cuando se entusiasmaba y me iba por su máscara de pecas, ese cúmulo de estrellas demasiado lejanas como para ponerles nombre. Le hubiera dicho que me iba porque cuando ella pronunciaba la palabra «cielo», el firmamento se encendía. Por su manera de dominar los espacios, esparciendo alegría y calma a su paso. Y me iba porque había una idea que me atormentaba, que hacía que todo aquello fuera insoportable...
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