Tres tonos de azul de Nicolás Díez
Lo siguiente que recuerdo es el timbre del portero automático y el sol de las nueve de la mañana calentando mi rostro y mi cuerpo ridículamente semidesnudo, abrumado por la resaca y sin haberle dicho a Esther aquellas ocho palabras clavadas en lo más profundo de mi alma: «Voy a estar bien pase lo que pase».
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