Política sin anestesia de Mónica García
Uno de los silencios más estremecedores era el que se vivía en el hospital. Pese a la saturación y el colapso, pese al ajetreo de pacientes y el ir y venir del personal sanitario, reinaba un extraño silencio en los pasillos, en las plantas y en los lugares de encuentro habituales. Ruidos de camas, de buscas sonando, del roce de los EPI al caminar, de monitores lejanos que marcaban el pulso como un diapasón, de ascensores que subían y bajaban, de alguna bebida cayendo de una máquina de vending dejando su eco en la lejanía, pero poco más. Los pasillos vacíos y las habitaciones con los pacientes sin compañía escenificaban el silencio. La soledad de tantos pacientes graves era sobrecogedora, y esa imagen nos ha marcado para el resto de nuestras vidas
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