Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley
La piadosa alma de Elizabeth brillaba como lámpara sagrada en nuestro hogar apacible. Su simpatía era nuestra; su sonrisa, su voz suave, la dulce mirada de sus ojos celestiales estaban siempre presentes para bendecirnos y alentarnos. Era el vivo espíritu del amor que atempera y atrae, yo podía haberme vuelto un ser taciturno por mis estudios, áspero por el ardor de mi naturaleza, pero ella estaba siempre a mi lado para aplacarme y hacerme adoptar una semblanza de su propia dulzura.
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