Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley
Estas reflexiones han disipado la agitación con la que empecé mi carta y siento arder mi corazón con un entusiasmo que me eleva al cielo, pues no hay nada que tranquilice la mente como el hecho de tener una meta clara, un objetivo en el cual el alma pueda fijar su parte intelectual.
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