El secreto de Aurora Floyd de Mary Elizabeth Braddon
¡No permita Dios que las lágrimas como esas se viertan más de una vez durante toda una vida! No podría sufrirse dos veces semejante tormento. Roncos sollozos rasgaron y desgarraron su pecho como si su carne fuera despedazada por una espada sin filo; y cuando separó del rostro las manos mojadas, se asombró de que no estuvieran rojas, pues le parecía que había llorado sangre.
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