En la ciudad líquida de Marta Rebón
a practicar lo mejor que supe entonces el arte de la escucha. La traducción te obliga a no dejar zonas en penumbra. No importa no haber vivido en primera persona un bombardeo, el pavor de una cámara de gas o de una noche de interrogatorios en la Lubianka. Sentada al escritorio (…) miraba de vez en cuando por la ventana, concesión mínima a la abstracción en que me había sumido el relato de Grossman. La traducción también es el arte de la imaginación
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