El cielo según Google de Marta Carnicero
Con el engaño de mi padre, mi madre tenía la misma sensación que experimentaba cuando quería ahorrarse escenas angustiosas en la oscuridad de una sala de cine: el cerebro, insumiso, alimentado por los gritos que después le causarían pesadillas, hacía el trabajo con mayor eficacia que si hubiese estado atenta a la pantalla. Miraba el pensamiento con verdades afiladas, como el que siembra una playa de cristales rotos, esperando al bañista confiado para abrirle el pie como una fruta madura.
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