La maldición del ganador de Marie Rutkoski
Ojalá Arin no hubiera elegido, precisamente, música para flauta. La belleza de la flauta radicaba en su simplicidad, en su parecido a la voz humana. Siempre sonaba cristalina. Sonaba individual. El piano, por el contrario, era una red de partes. Era como un barco: las cuerdas eran las jarcias; la estructura, el caso, y la tapa levantada, la vela. Kestrel siempre había pensado que el piano no sonaba como un instrumento único, sino como uno doble cuyos altos y graves se fundían o se separaban.
|