Gladis de Maria Acosta
Aquel día, Vale se sentía especialmente cómoda. Notaba un cálido peso a la altura del estómago que la mantenía anclada a la cama... Abrió los ojos y lo primero que vio fue una cabeza calva, una mirada oscura que parecía juzgarla y un pico. La mujer se sobresaltó y reculó instintivamente, mientras una pava de color negro y siete kilos de peso saltaba de su vientre a la cama y de ahí al suelo. —Joder, Gladis, te tengo dicho que no me despiertes así —espetó, irritada. El animal la ignoró y se dirigió sin más a la salida—. Claro, ya has cumplido tu misión y ahora te largas, ¿no? ¡Te habrás quedado a gusto, bonita! |