Me quedo aquí de Marco Balzano
Dicen que a los enfermos terminales les sucede algo parecido, y también a los condenados a muerte y a los suicidas. Antes de morir se tranquilizan, como si los hubiera alcanzado un rayo de paz que no se sabe de dónde procede pero que se apodera de ellos. Es una sensación lúcida, que no requiera palabras. No sé si esta resignación es el mayor orgullo del ser humano, su gesto más heroico, la máxima eternidad a la que se puede aspirar, o si es la confirmación de su maldad innata, en vista de que no tiene sentido dejar de rebelarse antes del final.
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