A la sombra de las muchachas en flor de Marcel Proust
Mi padre que solía verlo (a Stendhal) en casa de M. Mérimée - éste por lo menos sí tenía talento -, me dijo muchas veces que Beyle era de una vulgaridad espantosa, pero ingenioso en una cena, y que ni él mismo se hacía muchas ilusiones sobre sus libros. Además, hasta usted sabe que se encogió de hombros como respuesta a los elogios desmesurados de M. de Balzac. En esto, por lo menos, era un hombre de buen tono.
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