Manuel Vilas
Desamparo de la lengua. Oh, tú, lengua desamparada. Tal vez yo me haya convertido en tu último apóstol. Los hijos de los mexicanos que nacieron en la tierra de Abraham Lincoln a duras penas hablan la lengua de sus padres. Oh, tú, lengua de los pobres. A ellos, sí, a ellos, cuando los veo en las prósperas ciudades anglosajonas trabajando en los peores trabajos, les digo con amor: “háblalo, enséñalo a tu hijos, el español, estas sílabas nuestras, estas sílabas caídas”. Ellos me miran con gesto interrogante, incómodo, como diciendo “cállese, se lo ruego”. Oh, sílabas españolas dichas en voz baja para que no sean oídas por el gringo rico. “Cállese, cállese, se lo ruego, usted viene de España, usted tiene suerte, pero yo no”. Cocineros de bares humeantes, dependientas en tiendas outlet, camareras y camareros, conductores de autobuses, limpiadoras y sirvientas, pieles oscuras en trabajos duros, en obras, en fábricas, en la industria tóxica, en la basura, oh, lengua desamparada, allí dicen tus sílabas con miedo y vergüenza, con pena. Oh, lengua desamparada ven a mi corazón desamparado. Dila a tus hijos, yo les digo, y el verbo decir se disuelve para siempre. Oh, lengua de los humillados, yo soy tu último apóstol. Tu novio, tu sangre, tu amor. Oh, lengua de los sacrificados para que el mundo rico siga siendo rico, yo te doy el último beso. Oh, lengua del desamparo, vuelve a mí, entra en mi corazón, contempla cómo tu soledad halla hermanamiento con la mía, que es siete mil veces más grande y más antigua que la tuya. |