Ana, la de Ingleside de Lucy Maud Montgomery
—Ingleside es bonita, y ahora la quiero mucho. En el pasado pensé que nunca llegaría a quererla. Odiaba ese sitio al principio cuando nos mudamos allí. La detestaba incluso por sus mismas virtudes. Eran un insulto para mi querida Casa de los Sueños. Recuerdo decirle llena de pena a Gilbert, cuando nos fuimos: «Hemos sido tan felices aquí. Jamás seremos igual de felices en ningún otro lado». Me regodeé en la nostalgia durante un tiempo. Luego descubrí que empezaban a brotar semillitas de cariño por Ingleside. Luché contra ese sentimiento, de verdad que lo hice, pero finalmente tuve que rendirme y admitir que la quería, que esa casa se había hecho con mi cariño. Y cada año que pasa la quiero un poco más. No es una casa muy vieja… Las casas demasiado viejas son tristes. Ni tampoco es demasiado joven… Las casas demasiado jóvenes son un poco vulgares. Es dulce, simplemente dulce. Me encantan todas sus habitaciones. Todas y cada una de las habitaciones tienen algún defecto, pero también alguna virtud, algo que la distingue de las demás, que le da personalidad. Me gustan los magníficos árboles del jardín. No sé quién los plantó pero cada vez que subo a la planta de arriba me detengo en el descansillo. ¿Te acuerdas de la ventanita del descansillo, con ese asiento tan ancho? Pues cada vez que subo me siento ahí un momento y digo, «Dios bendiga al hombre que plantó esos árboles, sea quien sea». En realidad, tenemos demasiados árboles alrededor de la casa, pero no nos resignamos a perder ninguno.
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