Sombra y hueso de Leigh Bardugo
—He visto cómo te miraba —dijo. —¡A mí me gusta cómo me mira! —respondí, casi gritando. Él sacudió la cabeza, todavía con esa sonrisa amarga en los labios. Quería quitársela de la cara de una bofetada. —Admítelo —se burló—. Eres de su propiedad. —Tú también eres de su propiedad, Mal —solté—. Todos somos de su propiedad. Eso le borró la sonrisa. —No, no lo soy —replicó con fiereza—. Yo no. Jamás. |