Flores en la tormenta de Laura Kinsale
Maddy notó el cambio incluso antes de que Jervaulx hablara. Sintió cómo su cuerpo se tensaba y agitaba y los músculos de su brazo se movían bajo su barbilla. Y entonces le pidió que se lo dijera. Dime… cuando quieras que pare. Se puso sobre ella e inclinó el rostro sobre el suyo. Dime: deja de besarme, detén esa catarata de sensaciones, el tacto de tu boca por mi garganta. Dime: deja de mover el cuerpo y las manos arriba y abajo, esas manos que me acarician los brazos. Pero Maddy no podía decirlo. No podía. Dime que pare, porque conozco tu cara tan bien incluso en la oscuridad, tus ojos que me miran con sorpresa y arrogancia. Son azules y oscuros como las nubes que se cruzan ante las estrellas, y se ríen sin palabras. No puedo más. Párate ya. No podía más mientras él seguía sobre ella recorriéndole con ardiente deleite la barbilla, los labios, los ojos y las pestañas. |