Las Hijas de Tara de Laura Gallego
Y antes de que se diera cuenta, Kim estaba jugando también. Al cabo de un rato de chapuzones, ahogadillas y salpicaduras, el enfado de la mercenaria había desaparecido como por encanto, y durante unos momentos logró olvidarse de todos sus problemas, sintiendo por dentro algo que no había sentido jamás, una alegría infantil que nunca había conocido, porque para ella, igual que para muchos niños en las dumas, no había existido la infancia.
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