Donde los árboles cantan de Laura Gallego
Uri la estrechó otra vez entre sus brazos, con cuidado para no hacerle daño. Viana se abandonó en ellos sin poderlo evitar y permitió que él siguiera acariciándola para consolarla. Cuando cesaron sus lágrimas y el dolor empezó a ser sustituido por algo más grato y apremiante, la muchacha se dio cuenta de que también el chico del bosque respiraba entrecortadamente. —Uri —susurró, maravillada—. ¿Qué estás haciendo? Lo sabía perfectamente, pero él parecía no estar muy seguro. —No lo sé. Viana, no sé qué me pasa. |