La chica que vive al final del camino de Laird Koenig
Había reservado el siguiente recado para el final, pues era lo que más le apetecía. Incluso ahora, en la calle, delante de la librería, contemplando las brillantes cubiertas de los montones de libros con la avidez de un pilluelo hambriento ante el escaparate de una pastelería, seguía posponiendo la felicidad definitiva, el momento de poner por fin el pie en la tienda. Entonces se hallaría en un mundo que para ella resultaba mucho más maravilloso que aquel que Alicia había encontrado al fondo de la madriguera o el que los astronautas descubrieron en la negra vastedad del espacio.
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