Días de sangre y resplandor de Laini Taylor
Pero… entonces… las manos de Karou cayeron a ambos lados de su cuerpo. ¿Por qué? No había pretendido bajarlas. Las hamsas reposaban calientes sobre sus muslos y respiraba de manera entrecortada, jadeante, y fue incapaz de levantarlas de nuevo. Akiva temblaba y se convulsionaba, y de nuevo se encontraron los dos en el ojo de una tormenta de sufrimiento –su mundo era una tormenta de sufrimiento y ellos estaban atrapados en el ojo del huracán, en la engañosa calma que les había permitido olvidar, mucho tiempo atrás, que alrededor de ellos existía un hiriente torbellino de odio que los atraparía-; el sufrimiento estaba por todas partes y en todas las cosas, y ellos habían sido unos ilusos al creer que podrían abandonar su pequeño refugio y no quedar atrapados en aquella vorágine como cualquier criatura viviente de Eretz. |