Galápagos de Kurt Vonnegut
El coronel Reyes había discutido con un colega, sin llegar a ninguna conclusión, sobre si había algo mejor que el contacto sexual. Se comunicaba ahora por radio con el mismo camarada que había regresado a la base aérea en Perú, y que le comunicaría el momento preciso en que Perú estuviera oficialmente en guerra con Ecuador. El coronel Reyes ya había activado el cerebro de la terrible arma autodirigida que colgaba bajo el aeroplano. La bomba conoció entonces por vez primera el sabor de la vida, pero estaba ya locamente enamorada de la antena de radar sobre la torre de control del Aeropuerto Internacional de Guayaquil, un legítimo blanco militar, pues Ecuador guardaba allí diez de sus aviones de combate. Esta asombrosa enamorada del radar bajo el avión del coronel era como las grandes tortugas terrestres de las Islas Galápagos: tenía todo el alimento que necesitaba dentro del caparazón. Llegó pues el aviso de que era el momento de soltarla. De modo que la soltó. El amigo de tierra le preguntó qué sensación producía liberar una cosa semejante. El coronel Reyes contestó que había descubierto por fin algo más divertido que el contacto sexual. |