Kristan Higgins
La grava salió disparada y los neumáticos chirriaron. Coco (o Nick, no supe muy bien quién) dejó escapar un gemido de sorpresa. —¡Por Dios, Harper! ¡Ve con más cuidado! —exclamó Nick, agarrándose al salpicadero. —Eres una nenaza, Nick —repliqué sonriendo. Y el Mustang empezó a hacer lo que se suponía que tenía que hacer. —Reza, Coco. San Cristóbal, patrón de los conductores, por favor protégenos a Coco y a mí de esta loca de Massachusetts. Amén |