La traición de Camelot de Kiersten White
Ginebra cerró los ojos , medio tentada a rezar tal y como le había enseñado la iglesia de Arturo. Pero, ¿por qué enviar esa gratitud a otra parte, a un Dios invisible? Le gustaba justo donde estaba: en el centro de su corazón, cálida y llena de esperanza.
|