Una oscura obsesión de Kenneth Oppel
No me miró a los ojos. —Vemos las cosas de distinta forma, Víctor. —Bueno —dije—, yo prefiero hacer algo. Pero queréis quedaros de brazos cruzados y esperar milagros, adelante. —Víctor, ya has arriesgado tu vida por mi —dijo Konrad bondadosamente—. No puedo imaginar una demostración más grande de amor fraternal. Nunca lo olvidaré. Pero ahora te estoy pidiendo que pares. —Pero… —empecé, solo para que me interrumpiera. —Sin duda mi palabra debería ser la que más cuente —dijo—. Es mi vida. Y digo que pares. En serio, dejemos esto de una vez. No supe cómo rebatirlo. |