El demonio de próspero de K. J. Parker
Cuando me desperté, ella estaba tumbada a mi lado, bien muerta, con la garganta desgarrada. La almohada estaba empapada de sangre brillante, como una pradera tras una semana de lluvias copiosas. Noté en la boca un regusto familiar, repugnante e inconfundible. Escupí en la palma de la mano: rojo vivo. ¡Maldita sea!, pensé, ya estamos otra vez.
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